
Capítulo 64. El que la hace, la paga.
Las piedras mágicas, incluso con solo el contrato inicial con los gremios, ya habían transformado por completo la situación del feudo. No solo se trataba de ganar dinero. Los rumores sobre el flujo de riqueza en Ailsford atrajeron a una multitud de personas libres al tranquilo feudo rural. Todos llegaron con la esperanza de encontrar trabajo, ganar dinero y construir un nuevo futuro. Y sus esperanzas no fueron en vano: la mina de piedras mágicas, recién explotada, siempre necesitaba más manos. No solo se requerían mineros, sino también cocineros, proveedores de herramientas y otros roles. Las familias que llegaron con los trabajadores hicieron que el feudo se llenara de vida día a día. La población era sinónimo de competitividad. Con más gente, los comerciantes olfatearon oportunidades y llegaron, y con ellos, la prosperidad floreció. El feudo pobre, donde antes solo rodaban hojas secas, ya no existía.
«Así que debo enfocarme en el negocio de las piedras mágicas».
Era un proyecto demasiado influyente para manejarlo a la ligera.
—¿Qué le parece, señora?
Observé con atención las piedras mágicas que Pavel había colocado sobre la mesa. A simple vista, se distinguían las de Ailsford de las de otros feudos.
«Se dice que las piedras con mayor pureza mágica brillan con un resplandor etéreo».
Las de la izquierda despedían un brillo cristalino y multicolor, mientras que las de la derecha, aunque lustrosas, carecían de ese destello. Las de Ailsford, por supuesto, eran las de la izquierda.
—Definitivamente, la diferencia es notable.
—Sí. Visualmente, el contraste es claro.
Un dicho afirma que «ver una vez es mejor que escuchar cien veces», así que la importancia del impacto visual era incuestionable. Era positivo que la distinción fuera tan evidente.
—Incluso en la capital, donde abundan las riquezas, es difícil encontrar piedras de esta pureza. Probablemente solo la familia real y las casas más poderosas podrían permitírselas.
Lo raro siempre es acaparado por los poderosos. Era una ley natural.
«Ahí surge el problema».
A los poderosos les encanta exhibir posesiones exclusivas para demostrar su superioridad. Pero, ¿y si esa «exclusividad» desaparece? La mina de Ailsford producía piedras de alta pureza a diario. Aunque su eficiencia era mayor, a los elitistas poco les importaba eso. Controlaríamos la oferta, pero la singularidad disminuiría. Mi expresión sombría ante las piedras hizo que Pavel me mirara confundido. Decidí compartir mis pensamientos.
—Los nobles son un enigma. Si pueden obtener piedras eficientes a buen precio, sería beneficioso, pero quizás los de arriba las rechacen por eso.
—Para quienes están en la cima, hay cosas más importantes que la eficiencia.
—Entonces, ¿qué estrategia debemos seguir?
—Hay dos opciones comunes.
Tomé una piedra brillante y la examiné bajo la luz.
—Primera: renunciar a los consumidores de élite y enfocarnos en el mercado medio. Para ellos, la eficiencia es clave, y nuestras piedras serían atractivas. El mercado es amplio y podríamos ganar reputación.
—¿Y la segunda?
—Abandonar el mercado general y vender solo a la élite. El mercado es pequeño, pero los márgenes de ganancia serían mayores. Los de arriba gastan sumas exorbitantes.
—Hmm...
Pavel reflexionó, mirando las piedras.
—Yo elegiría la primera opción.
—¿Por qué?
—Producimos en masa. Mantener la exclusividad será difícil, y atender a la élite implica costos altos.
—Cierto. Pero las tendencias de los nobles siguen a la realeza. Para venderles bien, necesitamos que el palacio nos elija.
—¿Entonces prefiere la segunda opción?
—¿Debemos elegir solo una?
Mi pregunta ambigua lo desconcertó.
—Lo fácil es elegir una, pero lo ideal sería combinar ambas.
—¿Es posible?
Su mirada dudosa pedía una explicación.
«Claro que tengo una solución».
Llevaba tiempo pensando en esto.
—Mira esto, Pavel.
Lo guié hacia la mesa, donde se amontonaban las piedras.
—A simple vista, las de Ailsford son distintas. Pero si observas detenidamente… incluso entre las nuestras hay variaciones. ¿Ves? Esta brilla más que aquella.
Seleccioné dos piedras con diferencias evidentes. Él asintió, pero aún no entendía.
—Entre nuestras piedras también hay grados. Podemos clasificarlas en premium y estándar.
—¡Ah!
Sus ojos se iluminaron.
—¿Propone clasificarlas como gemas, con certificados de autenticidad? Así, Ailsford se consolidaría como líder.
—Exacto.
—¡Nunca lo hubiera imaginado!
Clasificar minerales no era nuevo. Los diamantes, por ejemplo, varían en precio según su calidad.
—Antes, las piedras mágicas eran tan escasas que su mera existencia las hacía valiosas. Pero ahora, con mayor oferta, podemos diferenciarlas.
El reto era establecer criterios y expertos para clasificarlas.
—Si creamos nuestro sistema de grados y emitimos certificados, Ailsford será el centro de este negocio.
Y si regalábamos las mejores al emperador…
¡Sería un gran golpe de efecto!
Sonreí ante la idea, pero Pavel frunció el ceño.
—¿Algo está mal?
—No, es solo… me sorprende.
—¿El qué?
—Usted suele ser reservada, pero al hablar de negocios, se expresa con claridad.
—¡Eso es…!
Los tímidos no son tontos. Planificar y analizar era mi fuerte, algo que podía hacer sin interactuar mucho.
«Llevo tanto tiempo pensando en esto que puedo explicarlo sin nervios».
Claro, si hubiera sido un extraño, me habría paralizado. Pero con Pavel me sentía cómoda.
—En fin, esa es mi idea.
Me ruboricé al pensar cómo me veía él.
—Es solo una sugerencia. Altair revisará todo y tomará la decisión final.
Liderar era tarea de Altair. Yo solo apoyaba desde las sombras.
—Por cierto, ¿Bran ha regresado?
—Sí. Acaba de llegar y está informando al señor.
***
Altair escuchaba con seriedad a Bran, cuyo rostro habitualmente alegre ahora estaba tenso.
—Durante la investigación en la capital, encontré detalles preocupantes.
—¿Qué te retrasó tanto?
Altair le había ordenado investigar el trato que la familia Bain dio a Nadia y si violaron sus derechos hereditarios. Bran ya había enviado un informe: el tío de Nadia la trató peor que a un sirviente y se apropió de sus bienes. Al leerlo, Altair sintió ira helada. ¿Cómo se atrevieron a maltratar a mi esposa? Claro, en ese entonces, Nadia no era su esposa, pero la lógica no calmaba su furia. Bran había prolongado su estadía, y Altair necesitaba saber por qué.
—Lord Bain tenía deudas enormes antes de heredar. Tras heredar, las pagó, pero… sus bienes no disminuyeron.
—¿Porque robó a Nadia?
—Sí, pero las deudas eran demasiado grandes. Investigué más y…
—¿Y?
Bran vaciló, pero ante la mirada impaciente de Altair, continuó:
—Descubrí que había un seguro de vida millonario a nombre de los anteriores marqueses de Bain.
—¿Qué?
—El beneficiario no era nuestra señora, su hija, sino su hermano, el actual marqués de Bain.
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