En el colegio, Brent seguía en sus clases de Historia de El Reino Central, situación que le resultaba extremadamente aburrida, por estar llena de fechas antiguas y de personas que ya no estaban con vida. No había mucho que le resultara interesante al jovencito, situación muy notable en su rostro de desagrado total. Parecía un bebé haciendo pucheros.
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Casi nadie ponía atención a dichas clases, ya que duraban un aproximado de tres horas seguidas. Era muy difícil prestar atención a la profesora Amanda Rouge, una mujer cercana a los setenta años. Más increíble era el hecho que siguiera dando clases, ya que se cansaba con facilidad y terminaba dormida, lo que tampoco era alentador para sus alumnos. Los chicos tenían que despertarla para que prosiguiera. Podrían estar aburridos, pero verla dormitando era peor para los ánimos de todos.
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Muchas generaciones la habían conocido, y la apodaban «Profesora patas de palo» debido a la forma de sus extremidades. Ya era una mujer mayor.
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Ella también había conocido bien al padre de Brent, por lo que no paraba de comparar al chico con su progenitor quien fue un alumno ejemplar, evento contrario al retoño de aquel hombre, quien parecía tener un gusto extraño por meterse en problemas de manera constante junto a su pana del alma.
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La maestra parecía tener algo en contra de Oswald, el mejor amigo de Brent.
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Este otro jovencito siempre copiaba los deberes y apuntes de su mejor amigo, situación que le era indignante. Los otros profesores también llamaban constantemente al par cuando revisaban sus notas y apuntes de las clases que compartían. Brent los pasaba con gusto y agradecimiento al buen amigo que tenía a su lado. Aunque aquello siempre les llegó a provocar muchos problemas a ambos, situación que tampoco era del agrado de Jenna, la amiga de los dos chamos.
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Ella siempre los regañaba por eso, aunque también por meterse en varios problemas a causa de esto. A pesar de todo, ella parecía disfrutar de la compañía de los dos. No los había abandonado a pesar de ver que había un lazo mucho mayor entre ambos chicos. Ella sentía que el trato recibido por Brent era injusto. Oswald tampoco había hecho muchos amigos. Los demás también lo empezaron a ver cómo un bicho raro y rastrero por proteger al moreno, algo que la chica admiraba bastante de él. Y aunque ella también recibió varios insultos, especialmente de otras chicas por permanecer al lado de esos chavales, tuvo la firmeza para seguir siendo amiga de ambos; a pesar de todo, aquellas palabras eran hirientes.
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Pero ninguno de los dos amigos de Brent estaba a su lado en aquel terrible y soporífero día lleno de asignaturas cargantes y tediosas. Los padres de sus dos mejores amigos iban a realizar una fusión de sus enormes negocios familiares, por lo que ellos tenían que hacerles compañía, dejando que el chico se sintiera incómodo, ya que había gente que lo insultaba a él o a sus progenitores. Sin ellos dos a su lado, el muchachito tenía que soportar la crueldad de los demás.
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En su infancia, sus abuelos lo llevaron a terapia para ayudar con sus problemas de ira. El chico no podía negar que hubo cierto avance. Le enseñaron a ser empático con los otros. A ser más tolerante, y poner atención a lo importante y a los gestos nobles de los demás.
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«No es que no pueda o que no quiera. A veces sólo siento que algo quiere salir», reflexionó.
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Empezó con algunos ejercicios de respiración para tratar de calmarse. Los había practicado durante varias sesiones con su terapeuta.
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Podía sentir el aire llenando sus pulmones, mientras localizó, a la altura del vientre, un malestar provocado por la furia al escuchar insultos y malas palabras sobre su progenitora.
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No lograba calmarse. Recordó un día que su abuela estuvo internada en un hospital, y como el miedo de perderla se desvaneció cuando ella extendió sus brazos para que él pudiera abrazarla. Aquel recuerdo lo hizo sentirse mejor y su inquietud cesó.
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—Espero que Oswald y Jenna la estén pasando mejor.
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Aquello trajo de vuelta la desgracia a su mente. Conocía a los padres de su mejor amigo, y aunque también lo regañaban por meterse en problemas con este, eran amables con él. De pequeño, los padres de su mejor amigo leían cuentos a ambos antes de dormir, o les regalaban algunos dulces a los dos. También atendieron algunas de sus heridas cuando se caía y se las tomaba.
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Él se sentía celoso. Sus besties tenían a sus padres; él, no. Era un sentimiento duro de admitir para su joven kokoro. En casa, sus abuelos siempre hablaban de su papá, y de lo buen hijo que fue, pero cada vez que preguntaba sobre su madre, ellos evadían la pregunta, o bien, ignoraban la petición del muchacho.
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Tal vez había una razón para ocultar aquello al joven. Se repetía a sí mismo que, sin importar lo que la gente dijera de ellos, y lo que sus abuelos se negaban a revelar, se aferraría a la idea de que su padre y madre se amaron lo suficiente como para darle la vida.
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—Me duele mucho que otros niños digan cosas feas de mi mamita —recordó Brent. Aquello provino de algo que dijo a su terapeuta a la tierna edad de siete años—. Yo no la conozco, pero mi mami seguramente fue una mujer muy buena y bonita.
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Abandonó el aula sin decir nada. Sentía varias miradas clavadas en él. Ya no podía aguantar más. Fue directo al baño y se encerró en la cabina de uno de los retretes para llorar en soledad. No le gustaba estar así. Necesitaba la compañía de uno de sus amigos o la de sus abuelos para soportar el resto del día.
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Entonces, una sensación cálida, como una especie de ventisca, lo arropó poco a poco. Le pareció escuchar un murmullo. Se preguntó si algo había ocurrido. Estaba sólo en el baño.
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—Si Oswald se entera de que quise dejar la escuela por sentirme abandonado, no me va a dejar solo hasta que se aburra —dijo el chico para sus adentros.
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[...]
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Finalmente, la eterna clase terminó con información sobre los fundadores de las cuatro empresas más importantes de El Reino Central, aunque para el jovencito realmente fue algo sin verdadera relevancia, pues lo aprendió en casa. Al menos consiguió libertad de aquella parte de su tortura académica y tenía tiempo libre para almorzar. Ese día en la cafetería tuvo que haber un cambio urgente en el menú, ya que se había encargado de estropear aquello que no era de su agrado durante la hora libre que tuvo antes de la larga clase de historia. Debido a sus habilidades culinarias que fueron enseñadas por su abuela, el muchacho resultó ser de buena ayuda para el cambio. Estaba orgulloso del resultado que tuvo su travesura bien planeada.
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Brent se sentó en una mesa. Se sentía muy solo. Nadie quería estar cerca de él. Podía sentir las miradas de desprecio de los demás. Algunos chicos mayores le lanzaban basura, comida y también indirectas. Llegó a apretar los puños. No quería meterse en problemas. Sin compañía que lo ayudara en aquel momento, una sensación de impotencia se acrecentaba en su interior.
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Inhaló profundo, exhaló lentamente. Recordó que un chaval que cursaba el último curso había llamado «harapienta» a su progenitora, seguido de mencionar que su padre era un «cerdo asqueroso» por casarse con ella.
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El muchacho se había enojado tanto, que se había lanzado contra aquel que insultó a su familia, llegando a fracturar los brazos del otro. Este acontecimiento provocó que a él lo castigaran durante un mes en horas de detención. Por supuesto, ese tiempo ya había finalizado, pero esto no hizo más que acrecentar los malos rumores sobre los padres del chico.
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Se levantó sin terminar el almuerzo, se encaminó a la biblioteca para aprovechar su rato a solas para comenzar con los deberes de otras asignaturas que compartían con otros pocos de su grupo ya que dentro de su generación existían chicos capaces de utilizar la magia elemental, y estos tenían que tomar cursos para mejorar sus habilidades mágicas, en lugar de asistir a materias que el moreno y otros más consideraban aburridas. También era una de las razones por la que sus amigos lo frecuentaban menos, ya que se ocupaban en asignaturas que demandaban mucho de ellos. Aunque eso no los hacía dejar de disfrutar el tiempo que pasaban juntos.
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—No me gusta la soledad —se dijo el chicuelo. Una lágrima cayó sobre la hoja de un cuaderno en la que estaba repasando algunos apuntes
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Al cabo de un rato, el jovencito cerró el cuaderno. Respiró profundo. Había llegado la hora de una de sus asignaturas favoritas a las que podía asistir sin poseer un don para la magia. Se trataba de la clase de Espíritus Elementales: Teorías de su Existencia.
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Básicamente, era una asignatura en la que en ocasiones algunos de sus compañeros, invocaban a sus espíritus elementales para hablar con ellos, y así, formular hipótesis y teorías sobre la relación de apoyo mutuo que había entre los magos elementales y sus fieles camaradas.
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Estás eran criaturas de distintas formas, en su mayoría de animales de gran tamaño y de habilidades variadas. También, estos seres acompañaron a la humanidad tras la finalización de los conflictos mundiales y la reformación del mundo por parte de Okuros y Lefuto luego de terminada la era de países y continentes. Un evento que incluso cambió por completo la geografía mundial, como también sucedió cuando algunos lugares más desparecieron tras la Guerra Elemental.
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Tras dicho período, los espíritus elementales ayudaron a que los humanos pudieran reconectar con la naturaleza y así pudieran usar su poder para crear la magia elemental con mejores finés. También resultaban ser fuertes en combate, ya que en los últimos conflictos entre Caos y Orden, estos especiales entes de fuerza extraordinaria también participaron en los múltiples y sangrientos combates. Ayudaron también a sellar a Okuros en otra dimensión en el combate en el que participaron algunos ancestros de Brent con la colaboración de algunos de los ancestros de Brent, aquellos que según su abuelo, perecieron, víctimas de la locura.
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A pesar de las posibles cargas y peligros que implicaba ser un mago elemental, Brent deseaba mucho descubrir sus habilidades y así conoceré a un nuevo «compa' espiritual».
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Sus ojos centellaban al pensar en la idea de ser un mago aural o un mago cósmico. Solía imaginarse con un caballo o con un león como compañero. Aunque también había escuchado que los magos astrales tenían la compañía de tigres blancos espirituales, uno de sus espíritus favoritos. Aunque también tenía ancestros que fueron adeptos al elemento oscuro, así que posiblemente tendría un oso negro.
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Pero a pesar de los fantásticos sueños, el chico sabía que su realidad era muy distinta. Él no era un mago, y estaba rezagado a conocer a los espíritus elementales de aquellos que sí lo eran.
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Era algo decepcionante, pero el muchacho trataba de sobrellevar la situación para no llenarse de zozobra. Ya había aprendido que su vida era menos difícil que la de otros de sus compañeros. Eso lo hacía sentir mejor. Además, sus amigos siempre lo apoyaban y lo ayudaban a entender el mundo de los magos elementales debido a que ambos lo eran. No querían que se sintiera totalmente aislado de ese mundo. Sus abuelos también le hablaban un poco del tema, y le rectificaron que realmente seguiría siendo el nieto al que tanto querían incluso si no llegaba a obtener algún poder especial, a pesar de los múltiples regaños que se llevaba por ser un muchacho muy inquieto. Sus razones para meterse en conflictos, más que nada, era porque ellos acudían al llamado. Así, él podía verlos, enojados, aunque de cerca, y con vida. Temia que un día ya no fuera así. No tenía a sus padres. No quería perder también a aquellos que ocuparon ese lugar.
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Oswald era un mago astral; Jenna, una de viento. Además, el amigo de Brent provenía de una de las familias más importantes de todo El Reino Central debido a que en su familia se hallaban algunos descendientes de Lefuto, un ser al que se le conocía como la representación del Orden. Jenna era una maga neutral con afinidad al elemento referido con anterioridad, pues no formaba parte de un linaje especial.
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Regresando a los asuntos del colegio, durante la clase los jóvenes aprendieron sobre los tigres blancos espirituales. Algunos ejemplares se presentaron e hicieron algunas actuaciones con los jóvenes magos elementales que cuidaban. La clase terminó con muy buenas presentaciones y todos se prepararon para regresar a sus casas.
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Brent también ya había preparado sus cosas y se dirigía rumbo al autobús; sin embargo, fue detenido por una voz que él ya conocía. Se trataba de Oswald, su mejor amigo, quien lo llamaba desde el lujoso transporte de su familia.
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—¡Oye, Brent! —gritó su cofrade con mucho entusiasmo—. ¡Les pedí a mis padres que me dejarán venir a buscarte!
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»¡Quiero que vayas a comer con nosotros! —prosiguió—. ¡Descuida, ya avisamos a tus abuelos!
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—¡Eso es genial! —exclamó Brent, dando un enérgico salto al ver a su pana—. ¡Y muchas gracias por las molestias!
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El otro no pudo contener la risa al ver cómo Brent volvía a saltar. Era como tener a un hermanito. Uno tonto, pero lleno de energía.
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—¿Molestias? —preguntó Oswald casi ofendido y con el entrecejo fruncido—. Eres mi mejor amigo, así que no es ninguna «molestia», tonto.
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El de cabello negro se acercó al moreno para darle un leve golpe en la frente, y este último se ruborizó un poco.
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—¡Sube de una vez o te llevo por las malas! —ordenó aquel joven de cabello oscuro—. Te extrañé mucho en ese aburrido evento al que mis papás me obligaron a ir.
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Estaba muy agradecido con su mejor amigo. Subió a bordo del transporte de la familia de Oswald. Por su parte, su compa respiró profundo. Había cosas que quería compartir con su panita sobre la reunión a la que asistió.
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—¡Debiste verlo, viejo! —presumió un entusiasta Oswald—. Hubo un espectáculo de dragones hechos de fuego, también caballos hechos de magia aural, y muchas otras cosas más.
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»El desayuno fue lo mejor. ¡Nunca había comido tan bien en toda mi perra vida!
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—¡Debió de ser lo mejor del mundo! —comentó Brent a su bestie, sintiendo mucha alegría por él—. La verdad, te envidio un poco.
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»Yo tuve que soportar la aburrida clase de Historia que fue una caca total, pero la clase de Espíritus elementales: Teorías de su Existencia fue lo mejor.
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»¡Te perdiste las actuaciones de los tigres blancos espirituales!
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Los ojos de Brent se iluminaron al decir esto último. Además, una mueca de felicidad reposaba en su rostro mientras recordaba a aquellos felinos en compañía de sus protegidos, luciéndose con múltiples actos y presentaciones.
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—¡Ya te presentaré al mío! —prometió Oswald. Los ojos de Brent chispearon con una sin igual alegría—. ¡Hoy mismito lo conocerás, amigo!
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—¡Te lo agradecería de por toda mi vida! —respondió el chaval. Una sonrisa se posó en su boca. A su amigo le pareció ver que el chico tenía los ojos vidriosos. Así que lo abrazó sin más.
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—Es lo mejor que puedo hacer por mi mejor amigo en todo el mundo. —Oswald sonrió de oreja a oreja. Quería lucirse para Brent en lugar de verlo llorar. No toleraba verlo triste.
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[...]
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La familia del jovencito vivía en una de las mansiones más grandes de El Reino Central. Había una piscina tanto enfrente, como en la parte trasera de la construcción. También contaba con enormes jardines que rodeaban el lugar con hermosas flores de variados colores. El jardín frontal estaba decorado con una enorme fuente con una gigantesca escultura de un tigre en el centro, pues eran practicantes de la magia astral.
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Oswald y Brent fueron los primeros en dejar el transporte, debido a que el primero llevaría al otro hasta su habitación, con el objetivo de mostrarle un obsequio que Jenna le había mandado.
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Ambos se adentraron sin rechistar a la mansión. Se complementaban como uña y mugre.
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La entrada estaba decorada con una alfombra roja con detalles blancos, y está daba a casi todas las habitaciones de la mansión. Oswald avanzaba más rápido que Brent, y los dos se apresuraron a subir hasta el cuarto piso. Estaban fatigados por el recorrido. Respiraban con dificultad, tras subir una exagerada cantidad de más de quinientos escalones.
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—¡No entiendo porque a mis padres les gusta subir todos estos escalones! —berreó Oswald a modo de protesta, tirándose al suelo para recobrar el aliento—. Los dos son fanáticos del ejercicio y la buena salud, pero a veces creo que se pasaron de la raya.
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—Yo creo que eres afortunado —dijo Brent, tomando un vaso de agua que le había ofrecido su amigo. Cada piso contenía fuentes de la que podían tomar un poco del líquido vital—. A tus padres les preocupa tu salud.
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»Yo no sé si mis padres estarían preocupados por la mía, mas te aseguro que mis abuelos no son tan estrictos con la actividad física. Al menos no como tus padres.
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Oswald se sintió algo incómodo con el comentario de Brent. Él sabía que a su amigo le entristecía pensar mucho en sus progenitores. No le gustaba mucho sentir que había herido los sentimientos de su bestie.
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—Brent, lo siento mucho —comentó el muchacho, pensando que había ofendido a su pana—. Me la paso diciendo y pensando en mí, y no me gusta hacerte pasar un mal rato cuando estás conmigo.
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Bajó la mirada en un autoreproche por un comentario que molestó a su amigo.
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—¡No hagas eso, bro! —gruñó Brent, dándose cuenta de que fue muy egoísta—. No tienes de que disculparte. Es cierto, mis padres están muertos, pero los tuyos siguen con vida.
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»Debes disfrutar de su compañía todo el tiempo. —Oswald quedó boquiabierto ante la madurez de su amigo. ¿Qué era lo que se estaba perdiendo—. No sabes lo mucho que quisiera estar en tu lugar, aunque no puedo. Lo que sí puedo, es agradecer que tus padres me tratan bien.
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—Tienes razón, amigo —mencionó Oswald, mirando a los ojos al otro, y dándole unas palmadas en el hombro—. Bien, entremos a mi habitación de una buena vez.
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La pieza siempre se encontraba muy limpia debido a que había personal encargado de ordenar y limpiar la mansión de toda la familia. Dentro de la recámara, en la esquina del fondo a la izquierda, había un estante lleno de libros que en su mayoría nunca fueron hojeados por su dueño; a la derecha, se hallaba un escritorio con un Holo-Ordenador; arriba de la cama, un proyector de canales; casi pegado a la litera, un gran sillón en forma de L era observable. Siempre había un frasco aroma a alguna esencia que los padres de Oswald ponían por todo el lugar. Sobre el colchón, se hallaba el obsequio que Jenna dejó para Brent.
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—Es el regalo que mandó Jenna conmigo —le señaló Oswald a su bestie. En ese momento un sirviente entró con algunos bocadillos y una bebida con sabor a frutos del bosque para los muchachos.
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—¡Muchas gracias! —entonaron al unísono.
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Los jóvenes comían cómodamente mientras charlaban y reían de las próximas travesuras que tenían planeadas.
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—Fue una pena que hoy no haya asistido a la clase de Espíritus Elementales —expresó. Oswald, mirando por fuera de la ventana—. El mío y yo hubiésemos dejado con la boca abierta a todos.
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»¡Lo olvidaba, prometí que lo conocerías!
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Oswald cerró los ojos, concentrándose en hacer aparecer a su compañero espiritual. Una esfera de luz apareció por su habitación, y de ella, emanó un tigre blanco espiritual, dejando boquiabierto a Brent. El felino soltó un estruendoso rugido, mientras el moreno corrió a abrazarlo.
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—¡Ay, cosita! —exclamó el chico, sobando sus mejilla derecha con el pelaje de aquel animalejo.
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—¡Saludos, joven amo! —expresó con alegría el tigre blanco—. Mi nombre es Tigroiste. Soy el fiel protector del amo Oswald.
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»Debo suponer que usted es el mejor amigo de mi amo. Es un placer conocerlo.
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El animal saludó con la pata a Brent, subió al sillón, y se colocó al lado derecho del chico de la cabellera negra. El muchacho compartió la mitad de su filete con su espíritu elemental, y el tigre rugió en agradecimiento. Tras disfrutar del último pedazo de carne, se colocó a los pies de los dos jóvenes, transmitiendo un poco de calor para ellos.
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—¡Vaya qué es muy leal! —exclamó un alegre Brent, observando con entusiasmo al espíritu de su amigo. Se tomó su tiempo para volver a acicalar el suave pelaje del animal.
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—¡Sí que lo es! —replicó Oswald, acercándose más para sobar la cálida barriga de su espíritu elemental.
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Al terminar la comida, Oswald se levantó, y le dio al chaval el obsequio que su amiga le mandó. El muchacho abrió la caja como un niño inquieto lo harían con sus presentes de navidad, siendo impresionado al ver dos espadas que lucían idénticas a las de su sueño.
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—Las espadas son el símbolo de la fuerza y magia astral —mencionó el mejor amigo de Brent—. Representan la nobleza y la gallardía de los magos astrales.
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»Jenna quiso regalarte éstas, pues ella dice que en tu familia hubo algunos de estos magos.
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—Ustedes dos siempre han sido muy amables conmigo —comunicó Brent, con los ojos empapados en lágrimas—; empero, en la familia de mis abuelos no hubo magos astrales, sino oscuros...
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—Eso mismo le dije, pero esa mujer no escucha razones. —Cerró los ojos y apretó los labios, mientras se cruzaba de brazos.
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—De todas maneras es un buen regalo, y claro que las conservaré —respondió el moreno, guardando su obsequio de vuelta en la caja. Afortunadamente eran réplicas y no había riesgo de corte, ya que tenían filo.
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Ya se hacía de noche. Brent tendría que regresar pronto con sus abuelos. Ya que al día siguiente tendría clases distintas a las de este día, dejó sus apuntes para que su mejor amigo pudiera tomar nota de estos.
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—Tuviste la suerte de que no hay nada pendiente en cuanto a deberes —enunció Brent con orgullo al inflar el pecho.
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Los dos se despidieron con un apretón de manos. El chofer acompañó a Brent, y los dos usaron el elevador que solamente podía ser activado dentro de la habitación del amigo del chico.
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[...]
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Casi una hora más tarde, Brent estaba de vuelta en su hogar. Al llegar a la entrada, notó que todo a su alrededor estaba en un completo y perturbador silencio.
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Con todo y un escalofrío extraño, el joven sacó sus llaves y las introdujo en la cerradura, abrió la puerta, sintió el olor de madera añeja y se encontró con sus yayos en la sala de estar. Ambos tenían un porte tan serio, que el muchacho se preocupó por ellos. Segundos más tarde, los dos dedicaron una leve mirada al chico.
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—Brent, ha llegado el momento de que te digamos la verdad —anunció el abuelo del muchacho—. Es momento de que hablemos sobre tus padres, muchacho.
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»Lo único que diré antes de comenzar, es que nunca te mentimos sobre su muerte. Los dos murieron en un accidente, casi poco tiempo después de que naciste.
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—Pero, abuelo... —dijo Brent, sintiendo un nudo en el estómago—. ¿Qué ha sucedido? Me dijeron que no me lo dirían hasta que llegase a ocurrir algo importante.
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—Esto es importante, Brent —indicó Leonel al retoño de su bendición.
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—Así es, muchacho —añadió la abuela—. ¡Es momento de que sepas porque tu madre nunca me agradó!
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Leonel soltó una mirada tajante a su esposa. No era el momento de viejos rencores, pero así era su mujer.
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A Brent le palpitaba con rapidez el corazón. También sentía que el estómago se le revolvía de los nervios. ¿Qué sería tan importante para que sus abuelos hubieran decidido decirle la verdad de sus padres?
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—¿Alguna vez has escuchado sobre Lefuto? —preguntó el abuelo de joven.
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—Claro —contestó el chico—. Era un poderoso guerrero que luchó contra su hermano Okuros. También contra el otro hermano... ¿Cuál es su nombre? Lo tengo en la punta de la lengua... ¡Xonión!
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»Además, Lefuto tenía un tercer hermano llamado Xamián. —Divagó un poco en sus recuerdos para continuar con su discurso—. Hay dos montañas en honor a Xamián y a Xonión conocidas como: La Montaña del Bien y La Montaña del Mal.
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»Lefuto ha visitado nuestro mundo en un par de ocasiones, y se cree que tuvo descendencia con algunas mujeres de este mun...
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—Tú eres un descendiente de Lefuto. —interrumpió Leonel a su nieto. No era necesario dar una cátedra del pasado—. Nuestra familia lleva dieciséis generaciones de descendientes del Señor del Orden.
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»Tu padre fue la decimoquinta generación.
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—Abuelo, no juegues con eso —mencionó el muchacho, sintiéndose abrumado, ya que creía que su yayo le estaba jugando una broma pesada como una vez que le hizo creer que las vacas marrones daban leche de chocolate—. ¡Eso no es posible!
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—¡Claro qué lo eres! —proclamó su yaya—. Tu abuelo es un gran hombre, y nos salvó de la última invasión del malvado y cruel Okuros. Sus padres y hermanos no contaron con la misma suerte.
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Brent seguía sin creer aquellas palabras. No creía que su abuelo hubiera salvado el mundo en alguna ocasión. Aunque un brote de esperanza creció en él. Había una posibilidad de que ocurriera lo que él siempre había deseado.
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El chamaco quería saber si aquello lo convertía en un mago elemental. Pero, luego, volvió a su triste realidad. Él nunca mostró habilidad mágica alguna. ¿Por qué él sería la excepción a la regla?
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—¡¿Por qué yo no soy un mago elemental?! —demandó Brent con indignación, apretando sus manos—. ¡Eso no debería de ser así! ¡Están mintiendo!
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—Tu caso es muy especial —mencionó el abuelo—. Eres un mago elemental, claro qué lo eres.
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»Estoy seguro de que en tu interior hay una lucha interior constante, o un bloqueo. Tal vez tus padres hicieron algo para protegerte de la verdad.
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Aquello sí que indignó todavía más a Brent. «¡¿Qué rayos era eso de la lucha constante en su interior?!
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El muchacho sentía que perdía el tiempo con esa conversación con sus yayos, ya que estos no aclaraban nada para él. Podía sentir un calor recorriendo su abdomen y mejillas, propias del enojo.
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—Es aquí donde entra la historia de tus padres —señaló la abuela de Brent—. Tu padre siempre fue educado, iba bien vestido y nunca presumió ser un descendiente de Lefuto. Él estaba muy orgulloso de representar a las fuerzas del Orden.
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»Entonces, conoció a la mujer que se convertiría en tu madre. Una fémina sucia y andrajosa que robaba todo lo que podía. Además, ella era... —se detuvo en seco—. ¡Una verdadera alcohólica! ¡Por eso nunca me agradó! ¿Cómo fue posible que mi hijo se enamorara de tal bestia salvaje?
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Brent comenzaba a arder de furia, apretando más los puños y mordiéndose el labio inferior. En la escuela siempre lo molestaban diciendo cosas malas sobre su mamá.
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«¿Por qué la abuela se empeñaba en hacer lo mismo?», meditó.
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El chico se sintió muy molesto y herido. Las cosas que decían de su progenitora parecían ser muy ciertas. Aunque no se dio cuenta de que la abuela no dijo la verdad. Ella prefería decirle al chico que su madre fue una adicta al alcohol en lugar de mencionar que fue hija del Señor del Caos.
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—Debes de entender que eso no fue lo único que molestó a tu abuela en el momento que nos dimos cuenta de la clase de mujer que tu madre fue —continuó el abuelo—. La verdad, es que hubo algo en ella que nos molestó a ambos.
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»Lo que nunca nos agradó de tu madre, fue el hecho de que era hija del propio Señor del Caos. Esto te hace único en el mundo.
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»Eres tanto un descendiente de Lefuto, como descendiente de Okuros. En el trabajo, siempre comenté tu caso, en búsqueda de una posible respuesta a tu falta de poderes mágicos.
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»Creo que la contestación a la incógnita se halla en que en tus venas, ya que hay dos energías opuestas bajo el yugo de una tercera que las está dominando.
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Brent ya no podía con todo lo que recibió. Ya estaba al borde de las lágrimas, mientras estaba por entrar en pánico. Por fin había conseguido la respuesta que tanto había buscado sobre su madre. También se había enterado de una pequeña posibilidad de ser un mago elemental. Sin embargo, el hecho de que su progenitora fuera hija del ser más perverso del mundo, lo hacía sentirse miserable.
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El chico corrió a abrazar a sus abuelos. No quería sentirse solo. El ser totalmente distinto a todos por culpa de sus orígenes, le era doloroso. Él era único, y no había posibilidad alguna de que alguien fuera igual que él. Nunca nadie le entendería. Por ahora, sólo quería sentir el calor de alguien más, mientras trataba de procesar la información que sus tatos finalmente le revelaron.
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Darse cuenta de que el Caos y el Orden estaban en su sangre comenzaba a afectarlo. Algo en su interior se quebró.
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